2025: Riesgo, Incertidumbre y Estrategia en un mundo Inestable
- Miguel Argüello Oviedo
- 17 abr
- 18 Min. de lectura

Nota de entrada:
Este artículo es algo extenso. He estado analizando material para poder estar claro de algunos puntos que mostraré. La situación particular que vivimos con los temas arancelarios y esta "guerra comercial" que se está vislumbrando me recuerda mucho mi tesina del máster: "¿Los Acuerdos de Libre Comercio afectan positivamente al desarrollo económico de los países firmantes? Referencia de Centroamérica con la Unión Europea". Sugiero que tomes una buena taza de café y que te pongas cómodo/a.
En el entorno empresarial que ya vivimos, riesgo e incertidumbre son palabras que estarán en cada junta de directores, gerencias y accionistas, y que no cabe ninguna duda dificultan la planificación estratégica. La norma ISO 31000 define el riesgo como “el efecto de la incertidumbre sobre el logro de los objetivos”. En otras palabras, cuando las empresas trazan sus objetivos, los riesgos representan eventos o circunstancias (a menudo adversos) que pueden desviar esos planes, mientras que la incertidumbre refleja lo impredecible y no medible.
La diferencia clave es que el riesgo puede evaluarse en cierta medida (con probabilidades y escenarios), pero la incertidumbre pura escapa a cálculos precisos. Ambos fenómenos obligan a los directivos, socios y gerentes a preparar planes flexibles y contingencias.
Tras varios años de disrupciones —desde la pandemia hasta conflictos internacionales— el contexto global se ha vuelto extremadamente volátil. De hecho, algunos analistas señalan que “la incertidumbre llegó para quedarse” en el panorama mundial. Este escenario afecta profundamente la definición de objetivos en sectores como la tecnología, la industria y el comercio, donde hacer planes a largo plazo exige anticipar múltiples riesgos.
Las empresas - e incluso los países -deben asumir que eventos inesperados (una recesión, una crisis geopolítica, un avance tecnológico disruptivo, un problema comercial, etc.) pueden alterar las proyecciones más cautelosas y bien planificadas.
A continuación, analizo algunos de los mayores riesgos globales actuales que considero son de especial interés para todos —con especial énfasis en su impacto en América Latina— y realizo algunas recomendaciones prácticas para que startups y compañías de la región fortalezcan su resiliencia ante estos desafíos.
Posible recesión económica en EE.UU.
Uno de los riesgos más discutidos es una posible recesión en Estados Unidos. Tras un período de inflación elevada hace un tiempo, aumentos agresivos de tasas de interés por la Reserva Federal, y luego un período buscando la estabilidad, existe el temor de un enfriamiento económico que impacte al mundo entero.
A inicios de 2025, surgieron alertas cuando la Reserva Federal de Atlanta proyectó una contracción anualizada de -2,4% del PIB estadounidense en el primer trimestre, lo que acrecentó los temores de recesión. El último dato brindando por la misma entidad señaló hasta un -2.8% (Diario El País marzo 30, 2025).
En una publicación de hace par de semanas en Reuters se señala lo siguiente "Goldman Sachs eleva las probabilidades de recesión estadounidense al 45%, el segundo aumento en una semana. 7 de abril (Reuters) - Goldman Sachs elevó las probabilidades de una recesión estadounidense del 35% al 45%, la segunda vez que ha aumentado su pronóstico en una semana, en medio de un creciente coro de tales predicciones por parte de los bancos de inversión debido a una creciente guerra comercial".
A finales de marzo, la firma JPMorgan advirtió que proyectaban en un 60 % las posibilidades de que EE. UU entrase en una recesión antes de finalizar el 2025, dado que las medidas arancelarias de Trump podrían provocar represalias y desatar una guerra comercial que afectaría la confianza de los inversores y disrupciones.
Aún si el escenario base no es recesivo (significa que la situación económica proyectada en el escenario principal no implica una contracción económica significativa), la incertidumbre sobre la trayectoria económica de EE.UU. persiste y mantiene nerviosos a los mercados (basta ver la volatilidad reciente en índices como el Nasdaq y S&P 500 ante cualquier dato). Para muestra un botón, la semana pasada.
En este contexto, América Latina avanza con cautela. Organismos como el Banco Mundial y la CEPAL proyectan que la región crecerá apenas en torno a 2.4–2.5% en 2025, una leve mejora respecto al 2.2% estimado en 2024, un ritmo modesto. La normalización de tasas de interés y la baja paulatina de la inflación podrían aliviar las condiciones financieras según señalan los informes de ambas instituciones, pero persisten desafíos estructurales. Brasil tendría un crecimiento moderado (1.6%), México alrededor de 1.4% (según el FMI) y se espera un repunte excepcional en Argentina (5%) tras la recesión de 2024.
La región sigue expuesta a la salud de las grandes economías: si Estados Unidos lograra evitar una recesión, habría un efecto positivo en las exportaciones y remesas; pero si la economía estadounidense se contrae, Latinoamérica resentiría la caída en la demanda externa y posible volatilidad cambiaria. Por ejemplo, una reducción de la demanda de China –principal comprador de materias primas latinoamericanas– ya se notó en 2024, afectando los ingresos por exportaciones regionales. Y por otro lado, estámos a la espera de que se apliquen los aranceles comerciales que el gobierno de EE.UU. ha mencionado, lo que traerá consecuencias económicas a los países de la región.
En suma, el riesgo económico en 2025, radica en una posible desaceleración global peor a la prevista, con altas tasas de interés que encarezcan el crédito y debiliten la inversión. Las empresas deben prepararse para distintos escenarios económicos, fortaleciendo su liquidez y vigilando de cerca indicadores como la inflación, políticas monetarias y crecimiento de los mercados clave.
Esa percepción subraya la necesidad de preparar planes de negocio considerando un potencial escenario de contracción económica en EE.UU., aunque no sea seguro que ocurra.
Devaluación del dólar
Otra incertidumbre clave en el contexto actual es la posible devaluación del dólar estadounidense. El dólar ha sido históricamente la moneda refugio y de referencia internacional, pero en los últimos tiempos han surgido presiones que podrían debilitar su valor. A inicios de 2025, por ejemplo, el dólar mostró una caída notable: “El dólar ha perdido un 4,2% de su valor desde finales del año pasado”.
Esta depreciación ocurrió pese a previsiones de fortalecimiento, y se atribuye a la incertidumbre en la política comercial de EE.UU. y al creciente temor de una recesión estadounidense. Es decir, los mismos factores de riesgo económico y político están minando la confianza de inversionistas en el dólar, provocando su devaluación frente a otras monedas globales.
Incertidumbre en la Política Económica
Basta que veamos un indicador interesante sobre la incertidumbre. A continuación un gráfico sobre el Índice de Incertidumbre en la Política Económica (Economic Policy Uncertainty Index) en Estados Unidos desde mayo de 2024 hasta abril de 2025.
Este índice mide cuánta incertidumbre perciben los mercados y los medios respecto a la política económica del país. A mayor puntuación, mayor es la sensación de incertidumbre.
Principales puntos a destacar:
Tendencia ascendente: A lo largo del periodo, se observa un aumento progresivo en la incertidumbre, especialmente desde noviembre de 2024 en adelante.
Picos notables: Hay varios picos pronunciados en julio, septiembre y en los primeros meses de 2025, lo que indica momentos específicos donde eventos políticos, económicos o regulatorios generaron alarma o dudas.
Máximos recientes: En abril de 2025, el índice alcanza niveles cercanos a los 900 puntos, lo que sugiere una alta percepción de riesgo en torno a la política económica actual.
¿Por qué es relevante este índice?
Una mayor incertidumbre suele traducirse en menor apetito por invertir, mayor volatilidad en mercados y decisiones más conservadoras por parte de empresas.
Las autoridades económicas pueden verse presionadas a dar mayor claridad o modificar estrategias.
Muchas veces, estos picos coinciden con periodos electorales, reformas regulatorias importantes o conflictos internacionales. Pero en el caso que estamos viviendo coincide con la política arancelaria de EE.UU., con las tensiones geopolíticas y con la política migratoria que esta llevándose a cabo.
¿Qué implicaciones tiene un dólar más débil para las empresas y economías de América Latina?
En primer lugar, genera un entorno cambiario inestable. Muchos países latinoamericanos manejan de manera informal una doble moneda, o incluso están dolarizados oficialmente (como Panamá, Ecuador y El Salvador). En esas economías, una caída del dólar puede ser arma de doble filo: por un lado, mejora la competitividad de sus exportaciones al abaratar sus precios en mercados internacionales, pero por otro lado encarece sus importaciones y añade presiones inflacionarias internas.
Las empresas industriales que dependen de insumos importados podrían ver aumentar sus costos si el dólar vale menos y otras divisas se encarecen.
Empresas con deudas en dólares podrían beneficiarse de pagar pasivos relativamente más baratos si sus monedas locales se fortalecen, aunque esta ventaja puede quedar contrarrestada por mayor inflación importada. Además, la devaluación del dólar toca el sistema financiero y comercial global en el que operan las empresas latinoamericanas.
Un dólar débil a menudo va acompañado de mayores precios de commodities (materias primas) cotizadas en esa moneda, lo cual afecta a industrias exportadoras de la región (por ejemplo, el petróleo o el cobre pueden subir en dólares pero mantenerse similares en valor real).
A nivel macro, también se ha discutido la tendencia de “desdolarización” —varios países buscando disminuir su dependencia del dólar en reservas y comercio— lo que a largo plazo podría reducir la demanda global de dólares y aumentar su volatilidad.
En resumen, la fluctuación del dólar añade incertidumbre cambiaria para el sector comercial (import/export), complica la planeación financiera de las empresas y puede alterar ventajas competitivas de los sectores productivos latinoamericanos.
Proteccionismo Comercial de EE.UU. – Tarifas y Aranceles Escenarios Políticos y Medidas Proteccionistas
En 2025, la política comercial de Estados Unidos ha dado un giro proteccionista. Tras el cambio de administración en Washington, se activaron iniciativas que imponen aranceles amplios a las importaciones, evocando escenarios de guerra comercial.
Específicamente, el gobierno estadounidense anunció los aranceles más altos en un siglo, incluyendo una tarifa universal mínima del 10% sobre todas las importaciones y recargos mayores para países con los que EE.UU. tiene déficit comercial.
Socios tradicionales no quedaron exentos: a la Unión Europea se le aplicó un 20%, a Japón un 24% y a Corea del Sur un 25%, entre otros. Incluso varias economías latinoamericanas fueron incluidas en la lista, aunque en la mayoría de casos con el arancel mínimo de 10%.
México y Canadá, por su parte, enfrentan un trato especial bajo el marco del TMEC: se mantuvo una tarifa del 25% para bienes mexicanos que no cumplan las reglas de origen del acuerdo, mientras las exportaciones que sí cumplen permanecen exentas.
Estas medidas proteccionistas se inspiran en iniciativas similares de años anteriores, pero ahora recrudecen las tensiones comerciales. Estados Unidos alega motivos de seguridad económica y equilibrio comercial para erigir “un muro a las importaciones” de otros países.
La verdad es que hay un brusco viraje político y ha sido asociado principalmente con el retorno de una agenda “America First” en la Casa Blanca, desencadenando respuestas de aliados y organismos internacionales. Por ejemplo, Japón advirtió que estas acciones podrían violar reglas de la OMC, y la Unión Europea buscó diálogo urgente ante lo que considera una ofensiva sin precedentes desde los años 1930.
Analistas independientes también anticipan efectos macroeconómicos adversos: Oxford Economics no descarta una desaceleración económica global, y expertos califican estos aranceles como las medidas “más costosas y autolesivas” para EE.UU. en décadas.
En resumen, el escenario político de 2025, materializa un riesgo de proteccionismo elevado, con tarifas hasta de 25% e incluso mayores sobre ciertos bienes, rompiendo esquemas de libre comercio vigentes y amenazando con desatar represalias comerciales.
Impacto sobre Tecnología, Industria y Comercio en América Latina
Las implicaciones de este shock arancelario se sienten de lleno en América Latina, dada la profunda integración comercial de la región con EE.UU. Varios países latinoamericanos dependen en gran medida del mercado estadounidense para sus exportaciones industriales y agrícolas. En particular, México es el más expuesto a este escenario, por su alta dependencia de las exportaciones hacia EE.UU. y su amplio superávit comercial con ese país.
Consecuencias prácticas para la LATAM:
Cadenas de suministro y manufactura: Industrias manufactureras latinoamericanas integradas a cadenas norteamericanas (automotriz, electrónica, aeroespacial) sufrirán incrementos de costos inmediatos. Un arancel del 25% encarece los productos ensamblados en países como México o Centroamérica, erosionando su competitividad en EE.UU. Esto puede forzar reconfiguraciones logísticas; por ejemplo, fabricantes de autopartes en México podrían ver reducidos sus pedidos o enfrentar presiones para trasladar operaciones a territorio estadounidense para evadir impuestos.
La CEPAL advierte que para aprovechar las cadenas globales de valor se requiere justamente evitar barreras e incrementar la productividad regional, algo que estos aranceles lo dificultan.
Exportaciones e importaciones: Las exportaciones latinoamericanas hacia EE.UU. se desacelerarán por encarecimiento. Sectores como el textil centroamericano, el agroindustrial sudamericano o el tecnológico mexicano perderán acceso preferencial. Países de Centroamérica con tratados de libre comercio (CAFTA-DR) pasan en su mayoría de arancel cero a 10%, mermando márgenes de exportadores de alimentos, prendas y dispositivos electrónicos. A su vez, es previsible una caída en las importaciones de bienes de capital desde EE.UU. si la región sufre contracción de divisas por menores ventas, afectando la renovación tecnológica industrial.
Financiamiento y riesgo-país: Un choque comercial de esta naturaleza aumenta la aversión al riesgo de los inversionistas. Fitch señala que los soberanos latinoamericanos ya enfrentan incertidumbres externas crecientes en 2025, con escaso margen para estímulos fiscales o monetarios. La amenaza arancelaria estadounidense presenta riesgos para el crecimiento regional, lo que unido a otros factores podría elevar costos de endeudamiento y presionar a la baja las monedas locales han manifestado varios economistas. Esto complicaría el financiamiento para empresas exportadoras, que verán encarecer sus créditos comerciales y líneas de cobertura.
El riesgo de tarifas de EE.UU. en 2025, se traduce en menor acceso a mercados clave, disrupciones en la producción transfronteriza y cautela inversionista. Un caso ilustrativo es el de Brasil, la mayor economía sudamericana: si bien EE.UU. solo le aplicó el arancel mínimo (10%), Brasil enfrenta un potencial efecto colateral. Su sector industrial exportador (por ejemplo, maquinaria, calzado o productos metalúrgicos) pierde competitividad relativa frente a productores estadounidenses amparados por las nuevas barreras.
La tensión comercial global resultante también deprime la demanda de materias primas – importante fuente de ingreso para Brasil y otros países sudamericanos – contribuyendo a la baja de precios de commodities que Fitch pronostica como escenario base
Tensiones geopolíticas
El panorama geopolítico mundial atraviesa uno de sus momentos más tensos en décadas, constituyendo un riesgo transversal para negocios de todos los sectores. Conflictos armados en curso (como la guerra en Ucrania, activa desde 2022, o las tensiones persistentes en Medio Oriente) y rivalidades entre potencias (ej. la pugna tecnológica y comercial entre Estados Unidos y China) han reconfigurado las reglas del juego internacional.
A partir de abril de 2025, hay más de 110 conflictos armados en curso en todo el mundo, según el proyecto del Estado de Derecho en Conflictos Armados (RULAC) de la Academia de Ginebra.
Para las empresas, estas tensiones geopolíticas se traducen en obstáculos reales, serios y complejos: interrupciones en las cadenas de suministro, volatilidad en precios de energía y commodities, sanciones y aranceles impredecibles, y mercados fragmentados por bloques políticos. Un ejemplo reciente es cómo las restricciones comerciales recíprocas entre EE.UU. y China en sectores de tecnología (semiconductores, telecomunicaciones, etc.) obligan a compañías industriales y tecnológicas a replantear sus proveedores y mercados objetivo.
Riesgos Digitales y Tecnológicos
La transformación digital acelerada está redefiniendo industrias por completo, pero también introduciendo pienso yo amenazas sin precedentes. En 2025, los riesgos digitales se pueden agrupar principalmente en dos frentes: ciberseguridad y disrupción tecnológica.
Por el lado de la ciberseguridad...
El panorama de amenazas es cada vez más sofisticado. Los ataques de ransomware, el robo de datos y el espionaje industrial a través de redes están a la orden del día, potenciados ahora por herramientas de inteligencia artificial que pueden automatizar phishing o descubrir vulnerabilidades con mayor rapidez. No es de extrañar que las juntas directivas coloquen este tema en el tope de sus prioridades: 93% de las empresas encuestadas a nivel global clasifican la ciberseguridad entre sus tres principales prioridades, y la mitad la ubica como prioridad número uno (Deloitte)
Las brechas de seguridad no solo implican pérdidas financieras (multas, rescates, interrupciones operativas) sino daños reputacionales severos que pueden minar la confianza de clientes. Un ciberataque masivo puede paralizar la producción o el comercio electrónico de una compañía de retail o tecnología, generando impactos inmediatos en ingresos.
El segundo frente...
La disrupción tecnológica y la IA. La adopción acelerada de IA generativa, automatización robótica, Internet de las Cosas y otras tecnologías emergentes trae el riesgo de dejar obsoletos a modelos de negocio tradicionales. Startups más ágiles están aprovechando estas innovaciones para superar a competidores establecidos.
Así, las empresas que no inviertan en transformación digital corren el riesgo de perder competitividad rápidamente. Un ejemplo claro es la IA generativa en servicios: compañías que la incorporan pueden reducir costos y personalizar ofertas, mientras que sus rivales podrían quedarse atrás.
Sin embargo, también existe riesgo en la implementación apresurada de nuevas tecnologías sin la debida gobernanza: problemas de privacidad de datos, sesgos algorítmicos o incluso usos maliciosos de la IA pueden derivar en sanciones legales y controversias públicas. De hecho, recientemente vi una publicación en LinkedIn de alguien que hizo un recibo de un restaurante en Madrid tal y como hubiese ido a comer... ¿cómo podremos enfrentar este tipo de acciones?
En 2025, varios gobiernos están planeando la promulgación de regulaciones más estrictas en materia de protección de datos (por ejemplo, leyes inspiradas en GDPR) e iniciando debates sobre la regulación de la inteligencia artificial.
Las organizaciones tecnológicas y comerciales en Latinoamérica deben prepararse para cumplir con estándares internacionales de ciberseguridad y privacidad, ya que operar globalmente implica ajustarse a las normativas más exigentes.
En resumen, el riesgo digital exige a las empresas mantenerse a la vanguardia tecnológica sin descuidar la protección: invertir en arquitecturas de seguridad robustas, capacitación constante de personal y una estrategia digital alineada con la visión corporativa y las expectativas regulatorias. Pero sobre todas las cosas, involucramiento de los tomadores de decisiones.
Las organizaciones deben diseñar su estrategia digital como un proceso de mejora integral, no como un proyecto aislado. Eso incluye:
Crear un comité de gobierno tecnológico con perfil de riesgos, operativo y estratégico.
Adoptar marcos como ISO/IEC 42001 para IA responsable o NIST para ciberseguridad.
Priorizar la capacitación interna en competencias digitales, tanto técnicas como éticas.
Cambio climático
Por último, pero no menos importante, está el riesgo climático. El cambio climático ha pasado de ser una preocupación ambiental a un riesgo empresarial directo, con impactos tanto físicos como regulatorios. Fenómenos extremos —huracanes más intensos, olas de calor récord, inundaciones repentinas, incendios forestales— se están volviendo más frecuentes y severos, amenazando instalaciones industriales, redes logísticas y comunidades enteras.
Un informe del Banco Mundial proyecta que el cambio climático podría “erosionar hasta el 16% del PIB anual de América Latina durante el siglo XXI” si no se toman medidas, una pérdida colosal de actividad económica atribuible a daños e interrupciones relacionadas con el clima. Incluso en el corto plazo, los desastres naturales ya están generando costos enormes: solo en 2024, causaron $368.000 millones de dólares en pérdidas económicas a nivel mundial, marcando el noveno año consecutivo en que los desastres climáticos cuestan más de $300.000 millones globalmente.
América Latina es particularmente vulnerable a este riesgo por su geografía y estructura productiva. La región depende mucho de recursos naturales (agricultura, minería, turismo en ecosistemas tropicales, etc.), justamente las actividades más expuestas a eventos climáticos. Países como México enfrentan sequías históricas en gran parte de su territorio a la vez que inundaciones en otras áreas, generando impactos simultáneos en agricultura, energía hidroeléctrica y transporte. En 2024, las empresas mexicanas reportaron pérdidas por $23 mil millones de pesos que equivalen a unos U$1.15 mil millones de dólares debido a interrupciones operativas causadas por desastres ambientales.
Sin embargo, “solo 1 de cada 5 empresas cuenta con mecanismos formales para gestionar estos riesgos” según un estudio de Deloitte, lo que evidencia una preocupante falta de preparación corporativa y empresarial ante el cambio climático.
Además de los daños físicos directos, el mundo empresarial enfrenta un riesgo de transición: nuevas regulaciones y expectativas asociadas a la sostenibilidad. Por ejemplo, mercados desarrollados están imponiendo estándares ambientales más estrictos (como impuestos al carbono o requisitos de huella verde) que pueden limitar el acceso de productos latinoamericanos si no cumplen con criterios ecológicos. Ya 40% de las exportaciones mexicanas están sujetas a regulaciones ambientales transfronterizas – tendencia que irá en aumento.
Para las empresas de sectores industriales (energía, manufactura, transporte) esto implica reconvertir procesos hacia menores emisiones; para el sector comercio y de consumo, implica adaptarse a clientes que demandan productos sostenibles y a posibles disrupciones en suministro.
Lo crítico
En el caso latinoamericano es que Centroamérica y Sudamérica no son los principales emisores de gases de efecto invernadero, pero sí se encuentran entre las regiones más vulnerables al cambio climático, según múltiples informes del IPCC y CEPAL. Esta situación crea una doble exposición: alta fragilidad estructural y poca capacidad de mitigación rápida, lo que obliga a las empresas a asumir la mayor parte de la adaptación.
Centroamérica: Debilidad ante choques extremos
En países como Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua, el riesgo climático se manifiesta en forma de:
Huracanes de rápida intensificación (categoría 4 y 5 en menos de 48 horas), lo que reduce la capacidad de respuesta. Sequías prolongadas en el Corredor Seco, que afectan la agricultura, pero también el suministro de agua a ciudades e industrias.
Colapso urbano por lluvias intensas, debido a drenajes precarios y expansión informal en zonas de alto riesgo.
Centroamérica no solo sufre eventos más extremos, sino que la velocidad de ocurrencia supera la capacidad de planificación empresarial o gubernamental. Esto implica que las compañías que operan aquí deben abandonar modelos de contingencia reactivos y pasar a modelos predictivos basados en data climática y escenarios.
Sudamérica: exposición climática en escalas industriales y territoriales
Sudamérica presenta una geografía amplia, pero el denominador común es la intensificación de situaciones extremas y de forma simultánea:
En el Cono Sur (Argentina, Chile, Paraguay, sur de Brasil), las sequías prolongadas están reduciendo los caudales hídricos, afectando la generación hidroeléctrica (en Paraguay y Chile, por ejemplo) y la producción agrícola de exportación.
En la región Andina (Perú, Bolivia, Colombia), el retroceso de glaciares compromete el abastecimiento de agua para minería, ciudades y agricultura. (Informe IAEA).
Lo que se conoce como el cerrado brasileño y el norte argentino enfrentan incendios forestales masivos, que interrumpen la cadena logística terrestre y afectan la salud de trabajadores.
Sudamérica enfrenta un dilema empresarial crítico: no adaptarse al riesgo climático equivale a perder acceso a mercados y financiamiento. Las empresas que no puedan demostrar reducción de emisiones, trazabilidad ambiental y resiliencia operativa se quedarán fuera de las cadenas globales.
No se trata solo de proteger activos físicos. Se trata de preservar la licencia operativa y reputacional en mercados cada vez más estrictos. La sostenibilidad ya no es una iniciativa de RSE; es una dimensión del compliance operativo.
Estrategias para enfrentar los riesgos en 2025
Ante este abanico de riesgos globales, ¿qué pueden hacer las startups y empresas establecidas para mitigar, aceptar o adaptarse a las amenazas? A continuación, presento algunas estrategias prácticas –organizativas, tecnológicas, financieras y operativas– para fortalecer la resiliencia corporativa:
Gestión integral de riesgos y planificación de escenarios: Los Consejos Directivos, socios y tomadores de decisiones deben instalar un proceso formal de gestión de riesgos empresariales que identifique y evalúe periódicamente los riesgos clave de la empresa. Realizar análisis de escenarios (“¿qué pasaría si...?”) ante eventos extremos –desde una recesión global hasta un ciberataque mayor– y preparar planes de respuesta específicos. Involucrar a la alta dirección en simulacros de crisis (ej. ejercicios de ciber-incidente o interrupción de la cadena de suministro) para probar la capacidad de reacción.
Diversificación y resiliencia operativa: Reducir la dependencia de un solo mercado, proveedor o centro de operaciones crítico. Esto implica diversificar proveedores (idealmente en distintos países o regiones), establecer inventarios de seguridad para insumos esenciales y tener rutas logísticas alternativas. Desarrollar planes de continuidad del negocio que detallen cómo seguir operando ante desastres naturales, fallas tecnológicas o conflictos –incluyendo respaldos de datos fuera de sitio, capacidad de trabajo remoto para los empleados y pólizas de seguros adecuadas. En sectores industriales, invertir en mantenimiento preventivo y monitoreo de infraestructura para anticipar fallos antes de que escalen a crisis.
Transformación digital: Adoptar las nuevas tecnologías de forma proactiva pero segura. Para mitigar el riesgo digital, las empresas deben fortalecer su ciberseguridad antes que nada. Hay que dejar de pensar que es costoso, y que es un gasto. No, no es un gasto, es una inversión. La idea de que "Nunca me ha pasado algo" debe quedar en el olvido. Las empresas deben: implementar marcos de referencia internacionales (como NIST o ISO 27001), mantener actualizados los sistemas, realizar auditorías y pruebas de penetración periódicas, y entrenar a todo el personal en prácticas de seguridad (phishing, gestión de contraseñas, etc.). Paralelamente, avanzar en la innovación tecnológica interna: explorar cómo la inteligencia artificial, la analítica de datos o la automatización pueden mejorar los procesos y la propuesta de valor.
Solidez financiera y flexibilidad estratégica: En un entorno económico volátil, es crucial mantener colchones financieros. Las empresas - también los individuos --deben reforzar su liquidez (por ejemplo, a través de líneas de crédito pre-aprobadas o reservas de efectivo) y gestionar prudentemente su endeudamiento para no sobrexponerse a tasas altas. Utilizar instrumentos de cobertura financiera contra fluctuaciones de tipo de cambio o precios de commodities puede proteger los márgenes ante shocks económicos. Igualmente importante es mantener la disciplina de costos y buscar eficiencias operativas que permitan aguantar periodos de ventas bajas. Desde el punto de vista estratégico, conviene definir prioridades claras pero a la vez conservar flexibilidad para pivotar: por ejemplo, tener planes B de entrada a nuevos mercados o segmentos en caso de que cierta línea de negocio se vea afectada por una regulación o situación inesperada.
Cumplimiento normativo: Estar al día –e idealmente uno o dos pasos adelante– en materia regulatoria. Asignar equipos o responsables de compliance que monitoreen cambios en leyes relevantes (fiscales, laborales, ambientales, de protección de datos, comerciales) en los países donde se opera, de modo de adaptar políticas internas con suficiente antelación. Invertir en sostenibilidad corporativa no solo reduce el riesgo climático, sino que mejora la reputación y abre puertas a financiamiento verde: implementar objetivos medibles de reducción de emisiones, gestionar eficientemente residuos y agua, y garantizar una cadena de suministro ética y sostenible. Prepararse para reportar indicadores ESG de forma transparente, ya que cada vez más socios comerciales y reguladores lo exigirán.
Cultura organizacional y talento para la resiliencia: Por último, ninguna estrategia funciona sin las personas adecuadas.
Fomentar una cultura de riesgo consciente dentro de la empresa, donde los empleados de todos los niveles entiendan la importancia de identificar y comunicar riesgos a tiempo, es fundamental.
Ofrecer capacitación continua en habilidades emergentes –desde ciencia de datos hasta gestión de crisis– aumentará la capacidad de la empresa para adaptarse a cambios tecnológicos y de mercado.
Retener talento crítico (por ejemplo, expertos en ciberseguridad, ingenieros de IA, planificadores logísticos) puede marcar la diferencia en momentos de disrupción.
Las startups, en particular, deben aprovechar su agilidad nata para pivotar rápidamente cuando cambian las condiciones, mientras que las empresas establecidas pueden instaurar equipos multifuncionales de respuesta rápida que aceleren la toma de decisiones en entornos inciertos.
En conclusión
Este año presenta un panorama de riesgos variados –económicos, comerciales, digitales, geopolíticos y climáticos– que ninguna empresa puede permitirse ignorar. Si bien cada categoría de riesgo tiene dinámicas propias, todas están interconectadas en mayor o menor medida. La buena noticia es que también hay oportunidades: las mismas fuerzas que generan riesgos (tecnología, cambios regulatorios, reordenamientos geoeconómicos) pueden beneficiar a las organizaciones que sepan anticiparse y adaptarse más rápido que sus competidores.
Las empresas de tecnología, industria y comercio en América Latina tienen la posibilidad de fortalecerse mediante la resiliencia: diversificando mercados, adoptando tecnología de forma segura, volviéndose carbono-neutrales, y construyendo relaciones de confianza con clientes, proveedores y autoridades.
Navegar la incertidumbre será un desafío permanente, pero con planificación estratégica informada y una cultura empresarial flexible, las compañías podrán convertir la incertidumbre en una ventaja competitiva en 2025 y más allá.